En primer lugar, nuestro sistema educativo borra de la historia las contribuciones de las mujeres y no ofrece un retrato adecuado del pasado ni los suficientes modelos de roles. Las niñas van a la escuela con seguridad y ambición, pero esa actitud se queda ahí.
En segundo lugar, las escuelas están plagadas de normas sociales que, si no se exploran, acaban con la diversidad y la igualdad; por ejemplo, la obligación de seguir un código de vestimenta.
En tercer lugar, muchas están basadas estructuralmente en modelos complementarios para hombres y mujeres, desde las juntas o los consejos, que tienden a estar dirigidos por hombres (porque, claro, ahí es donde se mueve el dinero), hasta las asociaciones de padres y madres (en las que se implican mucho más las madres). La administración de la escuela sigue estando dominada por los hombres en una industria, la educación, que está compuesta en su mayoría por mujeres. Por tanto, los niños están inmersos en un ambiente educativo que desdibuja la labor histórica de las mujeres, que sexualiza a las chicas en términos anticuados como las reglas de apariencia y moralidad, que proporciona ejemplos jerárquicos diferenciados por sexos y que no sabe enseñar lo que es la justicia, lo cual perjudica tanto a los niños como a las niñas.
Para cuando los chicos y las chicas acaban el instituto y entran en la universidad, los chicos tienen el doble de posibilidades para postularse a un cargo.
Para cuando los chicos y las chicas acaban el instituto y entran en la universidad, los chicos tienen el doble de posibilidades para postularse a un cargo.
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